Miguel Carmena Laredo
¿Cómo educar adolescentes?
Comunicación
En un colegio de la ciudad de México fue hecho un
estudio muy interesante. Se preguntó a los padres de
familia si consideraban
que
era buena la comunicación con sus hijos. Casi todos
respondieron que sí. Después se repitió la misma
encuesta con los alumnos. Se hizo, como en el caso de
los papás, una pregunta única: ¿Crees que es buena la
comunicación con tus papás y por qué? Muchos
respondieron abiertamente que no y otros decían que era
buena, pero luego daban alguna explicación o aclaración
que hacía ver que realmente no era tan buena.
Decían, por ejemplo: es buena, pero no me escuchan; es
buena, pero
no
se interesan por mis cosas; es buena, pero no tienen
tiempo para mí; es buena, pero no puedo hablar a solas
con ellos; es buena, pero todo lo que les digo lo
consideran sin importancia. Sólo tres alumnos
respondieron que la comunicación con sus papás era
buena, sin peros.
Este es el punto fundamental, no se puede educar si no
hay una recta comunicación. Mis mensajes no llegan y los
de mis
hijos
no me llegan a mí. Se acaba por no conocer al hijo y de
ahí nace el problema de no saber cómo afrontar los
problemas. Les voy a contar un caso real que pasó en dos
familias. Quizá el problema de fondo parezca obsoleto y
anticuado, pero ilustra la diferencia que hay entre
educar con comunicación o hacerlo sin ella.
Corría el año 1980 y llegaba la moda de la minifalda. Al
principio, los papás tenían serios reparos para dejar a
sus hijas ir así a la calle.
Los padres de Paloma la vieron un día vestida así y la
regañaron duramente. Ella quiso dar alguna razón para
defender su postura, pero no hubo forma. Desde
entonces,
Paloma, siempre que iba a alguna fiesta, salía vestida
de su casa decorosamente según el gusto de sus padres,
pero siempre llevaba en una bolsa la minifalda para
cambiarse.
Los papás de Alicia tampoco veían con buenos ojos que su
hija fuera vestida de tal forma, pero hablaron con ella
y escucharon sus razones. Ella les dijo que era la moda
y que si no usaba minifalda, su novio se pasaba toda la
fiesta fijándose en otras niñas y no en ella. Además,
que era cómoda y no sé
cuántas
cosas más les diría. El caso fue que los padres de
Alicia acabaron aceptando que en ciertos momentos ella
fuese vestida con minifalda, pero al mismo tiempo
formaron en ella un recto sentido del pudor que la ayudó
mucho en esta etapa de la adolescencia, donde las
muchachas pasan de sentirse a disgusto con su cuerpo a
una exaltación excesiva del mismo.
El ejemplo,
como
ven, es anticuado, pero una cosa queda muy clara: no se
trata de ceder en todo, sino de dar razones de las
decisiones de los papás. Esa es la clave, escuchar al
hijo y dar las orientaciones acompañadas de razones.
Hay otro caso curioso: la esposa le dice al señor ve a
ver qué
le
pasa a tu hijo, creo que tiene algún problema, trata de
hablar con él. El señor busca al chico. Pasan dos
minutos y regresa el señor: ya está. La esposa pregunta:
¿tan rápido?, ¿qué pasó? El marido responde
tranquilamente: fui, le pregunté qué le pasaba, me dijo
que nada, le dije ’OK’ y me regresé. Ustedes estarán de
acuerdo conmigo en que esto tampoco es comunicación.
Mejor dicho, es comunicación formal, pero no real.
Nosotros tenemos que buscar una comunicación real, que
no se quede sólo en el buenos días, ¿cómo te fue?, sino
que
nos ayude a conocernos a fondo. No se trata de
interrogar al muchacho en forma inquisitoria violando su
intimidad, pero sí de hacerme presente en su mundo
aprovechando los momentos en que esté más accesible,
buscando las ocasiones, yendo a fondo. Se trata de
exponer mis orientaciones razonadas, con suavidad, con
cariño, con interés, hacer que en cierta forma me
necesite y me busque porque yo puedo ayudarle, porque
puede confiar en mí.
Continuará
Lic. Rosa Elena Ponce V. |