Alfonso Aguiló
El adolescente tiende por naturaleza a enjuiciarlo todo,
tiene una considerable visión crítica de lo que le
rodea.
— Eso no tiene por qué ser malo. Puede ser muy positivo.
Por supuesto. Pero para que lo sea realmente, para que
esa crítica sea positiva, habría que establecer una
especie de reglas del juego. Podríamos intentar
resumirlas en cuatro:
Primera. Para que alguien tenga derecho a corregir,
tiene primero que ser persona que esté capacitada para
reconocer lo bueno de los demás, y que sea capaz también
de decirlo: que no corrija quien no sepa elogiar de vez
en cuando.
Porque si una persona no reconoce nunca lo que su hijo o
su mujer o su marido hacen bien –y seguro que harán
cosas bien, probablemente más que las que hacen mal–,
¿con qué derecho podrá luego corregirles cuando fallen?
El que nada positivo encuentra en los demás, tiene que
replantear su vida desde los cimientos: algo en él no va
bien, tiene una ceguera que le inhabilita para corregir.
Segunda. Ha de corregirse por cariño. Tiene que ser la
crítica del amigo, no la del enemigo. Y para eso, tiene
que ser serena y ponderada, sin precipitaciones y sin
apasionamiento. Tiene que ser cuidadosa, con el mismo
primor con que se cura una herida, sin ironías ni
sarcasmos, con esperanza de verdadera mejoría.
Tercera. Tampoco debe darse la corrección sin antes
hacer examen sobre la propia culpabilidad en lo que se
va a corregir. Cuando algo marcha mal en la familia,
casi nunca nadie puede decir que está libre de culpa.
Además, cuando uno se siente corresponsable de un error,
corrige de forma distinta. Porque corrige desde dentro,
comenzando por el reconocimiento de la propia culpa. Y
el corregido lo entenderá mucho mejor, porque empezamos
por compartir su error con el nuestro, y no lo verá como
una agresión desde fuera sino como una ayuda desde
dentro.
— Bueno, estás poniéndolo difícil...
Es que la crítica destructiva es tan fácil como difícil
es la constructiva.
Resulta muy eficaz que en la familia haya fluidez en la
corrección, que se puedan decir unos a otros las cosas
con normalidad. Que los agravios o los enfados no se
queden dentro de los corazones, porque ahí se pudren.
— Te falta la cuarta regla.
Cuarta. Es una regla múltiple, inspirada en las que
señala López Caballero. Se refiere a la forma de llevar
a cabo la corrección:
• ha de ser cara a cara, pues no hay nada más sucio que
la murmuración o la denuncia anónima del que tira la
piedra y esconde la mano;
• a la persona interesada y en privado; si no, suele ser
contraproducente;
• sin comparar con otras personas: nada de "aprende de
tu primo, que saca tan buenas notas", o "del vecino de
arriba que es tan educado...";
• con mucha prudencia antes de juzgar las intenciones:
hay que presuponer buena voluntad;
• no hablar de lo que no se ha comprobado bien, pues de
lo contrario, juzgamos con una frivolidad que espanta;
corregir sobre rumores, suposiciones o sospechas, supone
hacer méritos para ser injusto: recuerda aquello de que
el bien debe ser supuesto, el mal debe ser probado, y
eso otro de oír la otra campana, y saber quién es el
campanero...;
• específica y concreta, no generalizadora; sabiendo
centrarse en el tema, sin exageraciones, sin
superlativos, sin abusar de palabras como siempre,
nunca...;
• hay que hablar de una o dos cosas cada vez, porque si
acumulamos una larga lista, parecerá una enmienda a la
totalidad más que un deseo de ayudar;
• sin reiterarlas demasiado: hay que dar tiempo para
mejorar..., y además, la excesiva machaconería se vuelve
también contraproducente;
• hay que saber elegir el momento para corregir o
aconsejar, que ha de ser cuanto antes, pero esperando a
estar -los dos- tranquilos para hablar y tranquilos para
escuchar: si uno está aún nervioso o afectado por un
enfado, quizá sea mejor esperar un poco más, porque de
lo contrario probablemente se estropeen más las cosas en
vez de arreglarse;
• y poniéndose antes en su lugar, haciéndose cargo de
sus circunstancias, procurando -como dice el refrán-
calzar un mes sus zapatos antes de juzgar.
Actuando así, se corrige de modo distinto. Incluso
veremos que muchas veces es mejor callarnos: hay quien
dijo que si pudiéramos leer la historia secreta de
nuestros enemigos, hallaríamos en sus vidas penas y
sufrimientos suficientes como para desarmar toda nuestra
hostilidad.
Lic. Rosa Elena Ponce V. |